Por Pablo Menéndez.- Él, como tantas veces, se había sentado a beber su café en la misma mesa de siempre, solo, mientras en las mesas cercanas hablaban de cosas cotidianas, fútbol, política, todos filósofos de café, que nunca han transcendido más de opiniones de título de diarios. Él solo los observo, hace tiempo que tiene una tendencia a no escuchar esas conversaciones. Habló como siempre con el dueño del bar, y con una de las mozas, siempre prestos a escuchar sus opiniones, de todo orden, dentro de su estado de soledad, se sentía acompañado por esa pareja joven, que están transitando otro momento en sus vidas, y hablar con ellos, no solo es placentero, sino se retroalimenta de miradas más jóvenes.
Pero esa mañana, como un rayo que quiebra el ambiente, recordó esos ojos celestes, que tantas veces tuvo de frente, y recordó cuando los vio por primera vez, entraba el año 1980, plena adolescencia, bajo una dictadura, que muchos ignoraba de la magnitud que a posteriori demostró ser, por esa época, aunque la marcha peronista la sabía de memoria, y desde chico, ya su interior estaba impregnado de peronismo, igualmente por ese entonces, solo la música, y los sueños utópicos eran lo que ocupaba su tiempo, y su conversación. Sin embargo esos ojos celestes, empezaban a ser su prioridad, sus ojos solo veía esa adolescente fresca, y de sonrisa fácil. No fue fácil, ella no aceptaba ni sus cumplidos, ni sus declaraciones de amor, y como todo, el tiempo pasó, y saltó a ese verano del ´82, él conoce a otra chica, con otra frescura, otro olor, pero sin darse cuenta su mirada hacia esos ojos celestes no era tan prioritaria, la diversión, la noche, la música, lo llevaba por otros caminos, y cuando creyó que todo eso había sido un clásico metejón, un día llegó con sus ojos celestes, y su sonrisa fresca, y él se dio cuenta que esos ojos lo empezaba a mirar de la forma que él tantas veces quiso.
Y un día de Marzo, casi cuando se despedía el verano, y el otoño empezaba a sentirse en la ciudad, esos ojos celestes, se acercaron, y los labios de los dos se rozaron, y sus cuerpos se juntaron. El tiempo transcurrió, hasta que un día, esos ojos celestes se alejaron, ya no eran de su mirada, pese a esto como un hilo de plata, y a los ojos de otros les da la sensación que siempre están conectados. Tan es así, que en todos los momentos de su vida, uno sabe del otro, de sus fracasos, de sus éxitos, de sus pérdidas, de su familia. Y todo quedó reflejado al ver una vez más esos ojos humedecidos celestes, se sentó, lo miró, y él recordando la frase de Fray Luis de León, le dijo “Como decíamos ayer”.