NOTA REFLEJADA EN REVISTA RUMBOS. Infinita, divertida, familiera. Con ocho kilómetros de playas, bosques, paseos y una gastronomía donde se abrazan los sabores de la inmigración, la bella localidad balnearia hechiza a los visitantes con propuestas relajadas, lejos de la disputa territorial por el granito de arena.
Frente al circuito clásico del litoral con multitudes, Miramar contrapone una apuesta de entrecasa, lejos de la arenga y la disputa territorial por grano de arena.
Esto no hace mella en su oferta: tiene todo lo que presume un destino de costa: playas perladas por el sol, alta gastronomía, surf para primerizos y viejos lobos de mar y excursiones por un vivero contra el que ninguna localidad vecina podría competir por calidad de travesía y desmesura de vegetación.
La ciudad nació como “estación de baños” a finales del siglo XIX con los primeros pobladores arribados desde Mar del Plata e incorporó en su vergel los colores de la inmigración. Un totum revolotum con el ADN de la argentinidad: italianos, españoles, yugoslavos y judíos que la rebautizan Miramoishe. Todos la adoptaron como sitio para confraternizar en un pelota paleta o un burako que promete continuar al verano siguiente. A la misma hora y en el mismo lugar.
Además, Miramar motorizó una política de servicios de calidad en gastronomía y en áreas de recreación. El circuito Saboreá Miramar congrega una veintena de restaurantes, cafés, almacenes y proveedurías, impulsores del uso de productos y materias primas de la zona. También destaca la Feria Verde, con su oferta semanal de microemprendimientos.
CUATRO RAZONES PARA VISITAR MIRAMAR
Arena de exploradores: Ponete las zapatillas
En tren de aventuras, la franja de playas recostadas hacia el sur operan como centro de acción de las travesías en 4×4 de la Agencia La Marítima, de Gonzalo Auriti. Frente al bosque, un viejo camión ruso curtido en batalla o un jeep sirven de montura para barrenar las playas vírgenes hasta el Médano Blanco, parada obligatoria para zambullirse en sandboard o seguir hasta Mar del Sur. Por el camino de arena difíciles de maniobrar para un todo terreno al uso, el viajero se topa con arroyos, fósiles de un yacimiento del cuaternario, restos de bergantines de dos mástiles o piezas de barcos balleneros, incluso proyectiles de un antiguo campo de maniobras militar.
La ciudad está allá abajo: Un avión de otros tiempos
Quien quiera contemplar el balneario desde el cielo puede sumarse a uno de los vuelos de bautismo en avioneta que ofrece el Aeroclub Miramar. A 5,5 km del centro, la entidad organiza salidas diarias en un Cessna 182, un avión de cuatro plazas con el encanto de los tiempos analógicos. El viaje permite sobrevolar la costa hasta las inmediaciones de Mar del Sur, con playa, campo de golf, el bosque… El bautismo dura 15 minutos, a unos 1.500 pies, y cuesta 1.000 pesos para tres personas. El paseo en tierra ya tiene su mérito en sí mismo, con un hangar que guarda naves estrafalarias como un avión espía de la Segunda Guerra Mundial o planeadores de juguete pero de verdad.
Un sendero de eucaliptos
El Bosque Vivero Florentino Ameghino es un lugar soñado para un día de campo. Sus más de 500 hectáreas de eucaliptos y coníferas sorprenden con senderos encantados, cascadas, médanos y remansos especiales para excursiones guiadas diurnas y nocturnas, a pie o a caballo. www.miramar.tur.ar
El surf, con sello propio
La mitología del surf criollo incluye a Miramar en su génesis. Los balnearios de zona norte fueron pioneros en inocular la pasión a una legión de jóvenes que crecieron entre olas de alto vuelo. Bernardo y Leandro, veinteañeros, son los responsables de AP Surfboard, camada de nuevos emisarios de esa tradición con escuela, fábrica de tablas y coaching. Hoy integran la asociación miramarense de surf, con calendario abierto casi todo el año. “En Miramar, hasta el intendente surfea”, aseguran los jóvenes.