Mientras gobernó Juan Manuel de Rosas la tribu de Catriel, asentada en las inmediaciones del pueblo de Azul, atendió a los tratados de paz con el gobierno de Buenos Aires. A partir de la caída del Restaurador la política oficial con el indio fue de enfrentamiento y llevó a las grandes invasiones a partir de 1855, que entre otros le costaron la vida a Nicanor Otamendi en el combate de San Antonio de Iraola, a manos de Yanquetruz.
Juan Catriel, también conocido como “Cacique Mayor Catriel” o “Catriel el Viejo”, mantuvo relaciones cordiales con Rosas, y hasta le brindó apoyo en las acciones contra la Revolución de los Libres del Sud en 1839. Pero en 1855 constituyó junto con otros caciques una confederación y se levantaron en armas. A su muerte lo sucedió su hijo Cipriano (Mariñanku), que fue un líder polémico con destino trágico, que dio lugar a muchas historias y leyendas.
La personalidad de este gran cacique queda reflejada en una historia narrada por los propios indígenas. La leyenda dice que Mariñanku entró a una salamanca en las sierras y consiguió allí otros dos corazones que palpitaban en su pecho, uno inconmovible y otro no, que determinaban el carácter de sus decisiones. Hace muchos años, Juan Rondeau, descendiente del cacique araucano del mismo nombre, le dijo al etnólogo Rodolfo Casamiquela: “Los corazones eran uno grande y dos chicos. Si “lo agarraban” con el grande, perdonaba”. La historia tiene numerosas versiones y se contaba incluso del otro lado de la cordillera. El “Canto de Mariñamco”, registrado por Lenz entre indígenas transcordilleranos a fines del siglo XIX, dice así: “Yo soi Mariñamco, dijo; en la tupida montaña de Fayucura me hicieron, dijo, [un encanto]. En la tupida montaña de Fayucura hicieron a Mariñamco tres corazones. Si un corazón muriera dos corazones quedarán vivos, dijo Mariñamco. Por eso nunca tenía compasión por la gente. Por eso su propio capitán lo mató. Entonces, cuando muerto, lo abrieron i le sacaron sus tres corazones. Entonces murió Mariñamco, oh”. Efectivamente, Cipriano Catriel fue asesinado por su propio hermano.
Durante la revolución mitrista de 1874 Cipriano trató de incorporarse a las fuerzas rebeldes. Mientras avanzaba para plegarse, su hermano Juan José Catriel se le separó con una importante columna para unirse a las fuerzas del gobierno. Al verse abandonado Cipriano se entregó al Coronel Lagos, creyendo que en su calidad de jefe militar iba a ser tratado como los demás comandantes derrotados (Mitre y los demás). Pero no fue así. No lo detuvieron como prisionero de guerra, sino como asesino de un capitanejo a quien habría ejecutado tiempo antes por ser partidario del gobierno. Entonces fue llevado a Olavarría, donde Juan José lo reclamó a las autoridades y éstas se lo entregaron sin proceso judicial alguno.
Sobre su muerte existen al menos dos versiones. Una dice que fue degollado junto con su secretario Santiago Avendaño, por un grupo mandado por su hermano que se presentó intempestivamente mientras se producía un relevo de guardias, y nadie pudo evitarlo. La otra, mucho más conocida, es que Cipriano salió de la cárcel escoltado por sus indios y les dijo: “Se que me llevan para matarme. No pierdan tiempo, mátenme aquí nomás”. Lo sacaron a pie y lo llevaron ante la presencia de Juan José, quien lo hizo atar en medio de un cuadro de lanceros a caballo y lo ultimaron violentamente. Según Antonio del Valle, que recogió la historia de boca de testigos, el mismo Juan José desmontó y le cortó la cabeza. El cráneo del cacique ha circulado desde entonces como trofeo de guerra entre colecciones particulares e instituciones, y actualmente está depositado en el museo de Bariloche.
No hay espacio aquí para explicar la trama compleja que llevó al asesinato de Cipriano, ni las razones que motivaron a su hermano. Pero hay que decir que más allá de las ambiciones e intereses personales, en estos acontecimientos trágicos y acciones extremas se jugaba el destino de las últimas tribus libres de la pampa, en el marco de un escenario político y militar sumamente complejo. Pero la suerte estaba echada, y los territorios libres indígenas de pampa-patagónica pronto caerían definitivamente ante el poder de fuego del Estado argentino.
Los descendientes de las tribus catrieleras viven aún en las provincias de Buenos Aires (Azul y Olavarría) y Río Negro (Conesa y Valcheta), y los familiares reclaman actualmente la restitución de los restos del gran cacique con el apoyo y gestiones del Colectivo Guías, organización autoconvocada de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la UNLP, nos confirma su coordinador, el antropólogo Fernando Pepe.
Foto: Casa de Cipriano Catriel en Azul. pcia de Buenos Aires (fuente: Del Valle, A. 1926. “Recordando el pasado”).