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César Luis Menotti en Independiente: aunque no salió campeón, protagonizó un ciclo memorable


César Luis Menotti en Independiente: aunque no salió campeón, protagonizó un ciclo memorable

A mediados del ’96 el Flaco agarró un equipo irregular, insulso, a la deriva, y potenció a los jugadores hasta lo increíble. Con Menotti, el Rojo mostró un juego exquisito y terminó segundo, detrás de River. Ver a ese Independiente era un placer.

Amediados del ’96 fui testigo de un milagro, uno de esos episodios que dejan un sello, una marca indeleble que modifican para siempre la manera de mirar ciertas cuestiones de la vida. Lo que ocurrió en aquel lejano ‘96 fue que César Luis Menotti firmó como entrenador de Independiente. Y ya nada fue lo mismo. Porque una cosa es que te cuenten hasta el más mínimo detalle cómo jugaba el Huracán del ‘73 o haber festejado con la Selección en el ‘78, pero cuando el fútbol bello y eficaz del Flaco lo practica tu equipo se graba para siempre.

Y hablo de milagro porque el Flaco no agarró un plantel armado, que venía de una buena campaña y lo acomodó a su estilo. Al contrario: se hizo cargo de un equipo irregular, a la deriva, que ni Gregorio Pérez ni Humbertito Grondona habían podido enderezar. Entonces llegó Menotti para devolvernos el placer de ir a ver a Independiente.

El debut fue contra Ferro en Caballito. Fui con cierto escepticismo. Menotti venia de un par de años que no dirigía y le había perdido el rastro desde que era el DT de Boca, cuando le ganamos la final de la Supercopa del ‘94. Es más: sospechaba que ya era un ex entrenador, uno de esos tipos que aprovechan su prestigio y se dedican a dar charlas motivacionales. Pero en la tribuna visitante de Ferro me di cuenta de que estaba tan vigente como veinte años atrás. Ganamos 3-0 un partido que pudimos haber perdido, porque los defensores tiraban el achique cuando el sistema todavía no estaba aceitado y los delanteros de Ferro encaraban a Mondragón cada vez que se les ocurría. Pero en los jugadores ya se notó cierta convicción por poner en práctica el ideario menottista.

El segundo partido fue en la Doble Visera: 4-0 a Newell’s, una exhibición. Nos empezamos a dar cuenta que Jorge Martínez era un cuatro brasileño, que Christian Díaz podía proyectarse con criterio, que a Matute Morales lo habían desaprovechado, que Cascini podía darle un pase a un compañero y que no importaba si José Luis Calderón venía de Estudiantes.

Seguí a ese equipo a todos lados. Estaba deslumbrado. El entusiasmo me llevó a Rosario y Santa Fe. Ver a Independiente era una fiesta. Y cuando la fiesta no tenía final feliz, por lo menos veía a un equipo que lo intentaba siempre.

El ciclo del Flaco en Independiente se tendría que haber cerrado con un título. En el Apertura 96, el torneo del milagro, salió segundo detrás de River. El campeonato siguiente se retrasó por un paro de futbolistas en solidaridad con seis jugadores de Deportivo Español que reclamaban la libertad de acción. Menotti se fue a la Sampdoria, el club vendió algunas figuras y el sueño se desvaneció. Pero hasta eso logró el Flaco: dejó en la memoria un equipo que no salió campeón. Ahora que falleció, tal vez el mejor homenaje que pueda recibir sea precisamente este: recordarlo no sólo por sus títulos, sino porque siempre apostó a la belleza. (Fuente Perfil.com)

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