La reciente llegada de Javier Milei al poder ha transformado el escenario político argentino, rompiendo con estructuras tradicionales y proponiendo una visión radical y disruptiva en el manejo del Estado. Su estilo polémico, su narrativa anti-sistema y su enfoque económico extremo han capturado la atención del país y redefinido la dinámica entre oficialismo y oposición. Sin embargo, surge la pregunta: ¿hay una oposición consolidada a Milei? Y, si existe, ¿Qué tan eficaz podría ser?

Desde su ascenso, las fuerzas tradicionales como el peronismo, representado en gran medida por Unión por la Patria, y la coalición Juntos por el Cambio, han mostrado dificultades para estructurar una respuesta coordinada y efectiva. A lo largo de la campaña, ambos espacios enfrentaron divisiones internas, desgaste y desencanto popular, lo cual allanó el camino para que Milei se presentara como una alternativa al agotamiento de las estructuras políticas convencionales. No obstante, la situación actual los obliga a reconfigurarse.

El peronismo, aunque golpeado, sigue siendo una fuerza considerable, con una red de sindicatos, intendentes, gobernadores y movimientos sociales que, si bien están fragmentados, podrían cohesionarse en algún momento para contrarrestar las medidas más extremas del nuevo presidente. Sin embargo, este sector está en un dilema: por un lado, se enfrenta a la impopularidad de las gestiones previas; por el otro, no ha logrado articular una narrativa renovadora que capte el interés de las generaciones más jóvenes, quienes han encontrado en Milei un referente de cambio.

En cuanto a Juntos por el Cambio, su situación no es menos compleja. Esta coalición de centroderecha ha perdido terreno al ser vista como una oposición moderada frente al estilo combativo de Milei. La fragmentación entre sus propios dirigentes, con figuras como Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta, compitiendo por liderazgos, impide una postura unificada. Además, la cercanía de algunos de sus sectores a las ideas de Milei podría restarles capacidad de contraste, dejando en el aire una sensación de ambigüedad sobre qué tan opuestos son realmente a sus propuestas.

La verdadera oposición a Milei podría gestarse en sectores de la sociedad civil, en movimientos sindicales, en colectivos estudiantiles y en organizaciones sociales que podrían rechazar sus políticas de ajuste y privatización. Si bien estas fuerzas no representan un bloque único, han demostrado en el pasado su capacidad de movilización, sobre todo si perciben que las reformas afectan derechos sociales básicos. Sin embargo, estos actores necesitarían de un liderazgo claro y de un programa articulado que canalice el descontento en acciones concretas.

En última instancia, la posibilidad de una oposición real dependerá de la capacidad de los distintos sectores políticos y sociales para encontrar puntos en común que superen sus divisiones y propongan una alternativa viable y sustentable al modelo de Milei. En un contexto de polarización, el desafío es enorme: se requerirá una oposición que no solo se declare contraria al presidente, sino que presente propuestas claras, frescas y convincentes, para evitar caer en la mera crítica sin dirección.

¿Habrá una oposición capaz de enfrentar al fenómeno Milei, o será su estilo disruptivo el que termine, una vez más, monopolizando la escena política argentina?