Cuando diciembre se asoma en el calendario, pareciera que una energía particular invade las calles. Autos que aceleran, motos que esquivan con premura, peatones que caminan con prisa, todos envueltos en una coreografía caótica que responde a una sola sensación: el tiempo no alcanza.
El fenómeno no discrimina edades ni ocupaciones. Estudiantes cerrando sus ciclos lectivos, trabajadores lidiando con los cierres anuales, amas de casa planificando las fiestas, y comerciantes intentando aprovechar los últimos días de ventas del año. Es como si diciembre activara un reloj interno que marca un ritmo más acelerado del habitual.
Pero, ¿por qué sucede esto?
El peso psicológico del cierre
El final de un año no es solo un cambio de hoja en el calendario; representa un cierre simbólico de etapas. La mente humana tiende a dividir el tiempo en ciclos, y diciembre es el epílogo de uno. Hay una presión social y personal por “cerrar bien”: resolver pendientes, alcanzar metas, y organizar las festividades.
“Es como si quisiéramos ganarle al reloj, hacer en un mes lo que no hicimos en once”, reflexiona Mariana González, psicóloga especializada en estrés. “La sensación de urgencia se dispara porque asociamos el fin de año con una especie de juicio: ¿fue productivo mi tiempo? Y, paradójicamente, esa presión nos hace menos eficientes”.
El clima festivo y el consumo
A esto se suma el frenesí de las fiestas. Comprar regalos, preparar la cena de Nochebuena, decorar el hogar… Las calles se llenan de gente que corre de un lado a otro, buscando cumplir con las expectativas culturales que diciembre trae consigo. Los horarios extendidos de los comercios y las promociones de última hora son un combustible para este ritmo frenético.
En las redes sociales, los usuarios no tardan en manifestar su agotamiento. “Pareciera que el año tiene un cronómetro escondido y todos estamos compitiendo con él”, escribe Julia, una joven estudiante en Twitter.
¿Qué podemos hacer?
Aunque el apuro parece inevitable, algunos expertos sugieren estrategias para evitar caer en el estrés colectivo:
- Priorizar: Hacer una lista de lo realmente importante y concentrarse en esas tareas.
- Delegar: Compartir responsabilidades, especialmente en las tareas festivas.
- Respirar: Hacer pausas para reconectar con el presente y no dejar que la ansiedad gane terreno.
El año, como un río, inevitablemente seguirá su curso. Quizás el desafío no sea ganarle, sino aprender a navegarlo sin prisa. Porque al final, lo que realmente importa no es cuánto corrimos, sino cuánto disfrutamos el trayecto.
