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Cuento corto: La Carta a una Desconocida


Cuento corto: La Carta a una Desconocida

Era una noche de invierno, y el hombre, cuyo nombre nadie recordaba, estaba sentado frente a la ventana empañada de su pequeña casa. Fuera, el viento azotaba los árboles desnudos, pero dentro todo era quietud. Sobre la mesa, una hoja en blanco y una pluma temblaban bajo la luz cálida de una lámpara de escritorio.

Sin saber por qué, comenzó a escribir.

“Querida desconocida:
No sé si existes, ni si estas palabras te encontrarán algún día, pero algo en mi interior me impulsa a escribirte. Hace tiempo que mi vida transcurre en silencio. La soledad se ha convertido en mi única compañía, y a veces siento que mi voz ya no tiene eco. Pero al escribirte, me encuentro escuchándome a mí mismo, y eso, de algún modo, me da esperanza.”

A medida que avanzaban las palabras, el hombre sintió cómo su corazón se aligeraba. Escribió sobre sus días grises, sobre su rutina monótona y sobre los pequeños destellos de alegría que aún encontraba: el canto de un pájaro al amanecer, el aroma del café recién hecho, el tacto de un libro viejo entre sus manos.

“¿Quién eres tú?”, se preguntaba en la carta. “¿Qué te gusta hacer cuando nadie te mira? ¿También sientes que a veces el mundo gira demasiado rápido, como si te quedaras atrás?”

Doblando cuidadosamente la carta, la guardó en un sobre sin dirección. No tenía intención de enviarla; bastaba con saber que alguien, en algún lugar, podía ser su destinatario.

Sin embargo, una semana después, el impulso de escribir regresó. Una nueva carta nació, llena de preguntas, reflexiones y pequeños fragmentos de su día. Luego otra, y otra. Con el tiempo, comenzó a sentir que la desconocida no era solo un destinatario imaginado, sino alguien real, alguien que podía entenderlo mejor que nadie.

Un día, mientras organizaba las cartas en un viejo cajón, encontró un sobre diferente. No era suyo. Al abrirlo, descubrió una carta breve, escrita a mano:

“Querido desconocido,
Gracias por escribirme. También he sentido la soledad, y tus palabras me han acompañado como una melodía que se filtra en el silencio. No sé cómo, pero aquí estoy, del otro lado de tus pensamientos. Quizás no somos tan desconocidos después de todo.”

El hombre quedó inmóvil, con el papel entre las manos. El viento seguía golpeando la ventana, pero ahora, por primera vez en años, sentía que el silencio de su hogar estaba lleno de vida.

Desde entonces, las cartas fueron enviadas y respondidas. Dos almas que jamás se habían visto comenzaron a construir un puente de palabras, cada una llenando los vacíos de la otra, como si siempre hubieran estado destinadas a encontrarse, aunque fuera solo a través del papel.

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