Por Pablo Menéndez.- Cumplir 61 años puede no hacer tanto ruido como los llamados “números redondos”, pero en su silencio guarda una trascendencia particular: marca la continuidad de una década que, inevitablemente, nos lleva a mirar hacia el horizonte de los 70. ¿Qué expectativas surgen en este camino? ¿Qué dejamos atrás y qué estamos dispuestos a construir?, mientras transitamos estos años que, sin darnos cuenta, se cargan de aprendizajes, desafíos y también despedidas.

En este recorrido, no puedo dejar de pensar en las pérdidas que han marcado mi vida, como mis padres, que me enseñaron con su ejemplo lo que significa la verdadera fortaleza, y Rafa, mi mejor amigo, ese hermano que la vida me regaló y que hoy vive en cada recuerdo, en cada carcajada compartida y en cada consejo sabio que resuena en mi corazón. Sus ausencias me enseñaron que el amor trasciende el tiempo y el espacio, y que ellos siguen siendo parte de mi andar, acompañándome en cada paso desde un lugar distinto, pero siempre cercano.

Y en contraste con esas despedidas, están mis tres hijos, Tomás, Valentín y Rosario, que son mi mayor orgullo y mi más grande esperanza. Verlos crecer, elegir sus caminos y construir sus vidas es el mayor regalo que este recorrido me ha dado. Son ellos quienes me inspiran a seguir aprendiendo, reinventándome y soñando, porque su presencia llena de sentido cada paso que doy.

En tiempos modernos donde la inmediatez lo consume todo, la experiencia parece haber quedado relegada, como si los años vividos fueran menos valiosos que el instante presente. Pero quienes pertenecemos a esta generación sabemos que nuestra riqueza está precisamente en haber sido testigos y protagonistas de momentos históricos que moldearon nuestra visión de la vida y del país.

Hemos visto transformaciones profundas. Fuimos los últimos en vivir un mundo donde la comunicación no era inmediata, donde las cartas tardaban días en llegar y los momentos se saboreaban con paciencia. También somos la generación que abrazó con fervor la llegada de la democracia, sintiendo en el pecho el eco de los discursos de referentes como Alfonsín, Cafiero o Ubaldini. A ellos los miramos con esperanza, creyendo en un futuro mejor.

Y qué decir de la música de los 80, esa banda sonora que nos acompaña aún hoy. Cada acorde, cada letra nos transporta a un tiempo donde todo parecía posible, donde los sueños eran grandes y las oportunidades se entretejían con las ganas de cambiar el mundo. La nostalgia no es solo un recuerdo, es un refugio donde nos encontramos con quienes éramos y reconocemos quiénes somos ahora.

A esta generación le toca pensar en el legado que deja. Somos los que aprendimos a reinventarnos entre crisis económicas, cambios políticos y avances tecnológicos vertiginosos. Mirar hacia adelante no implica olvidar el pasado; al contrario, es tomarlo como brújula para los años que vienen.