Mi sonrisa lo reflejaba todo. Era mi lugar. Mis auriculares colgados, los discos en la batea, la pista llena de gente, parejas entregadas al ritmo de la música que yo elegía noche tras noche.
Sentía que ese era mi momento, que tenía en mis manos el poder de hacer feliz a la gente, de regalarles algo invaluable en tiempos difíciles: diversión, música y, sobre todo, un instante de felicidad.
Cada noche, al levantar las tapas de las bandejas Technics, encender los equipos, iluminar la pista y acomodar los auriculares en mi sien, sentía que el mundo desaparecía. En ese instante, la música se convertía en el puente hacia todos los sentidos, en el lenguaje con el que podía comunicarme sin palabras.
La noche, muchas veces, tiene “mala prensa”. Pero cuando miro hacia atrás, sé que en aquellas noches fui pleno.
Han pasado 42 años desde la primera vez que hice girar aquella gran sirena ocre, desde que los bafles empezaron a vibrar con *In the Air Tonight* de Phil Collins. Aquel instante, esa sensación, permanece intacta en mi memoria, como si el tiempo no hubiera pasado.
Hoy, a más de cuatro décadas después de que Torre me abriera sus puertas, solo quiero recordar con este simple relato que *hubo un tiempo que fue hermoso…*
(Foto de portada: mi gran amigo Rafael Fagonde)