Nadie lo había anunciado. No hubo alerta, ni titulares. Solo el silencio blanco cayendo desde el cielo, tiñendo de asombro las calles de Miramar. Era nieve. De verdad. Y los árboles desnudos se vestían de copos, como si la ciudad entera jugara a ser otro lugar.
Una Chevrolet dormía bajo el manto blanco. Testigo muda de ese milagro helado, como si alguien arriba hubiera querido regalarle a Miramar una postal europea, aunque sea por unas horas. La gente salía de las casas en bata, se saludaban con los ojos abiertos, sin palabras. Los chicos juntaban bolas de lo que podían, los más grandes sacaban fotos que hoy son tesoros.
Ese día, el frío no importaba. La nieve nos había hecho niños a todos. Y aunque pasaron décadas, hay cosas que uno no olvida nunca.
“Cuando la memoria se congela en una imagen, se vuelve eterna.“