Mañana muy fría. Domingo.
El café humea, los vidrios empañados dibujan un mundo que no se deja ver del todo. Adentro, él la espera como siempre.
Una silla vacía frente a él. Una esperanza tibia en la taza.
El tiempo no se detiene. Se escurre lento, cruel, como si supiera que ella no va a llegar.
Pero él igual espera. Porque hay amores que no saben irse del todo.
Y hay tazas que siguen guardando el nombre de quien ya no vuelve.