Hay un momento, a comienzos de diciembre, en que Miramar cambia sin avisar. No lo dice el calendario ni lo anticipa el pronóstico. Se siente. Es cuando, en algunas calles, el aire empieza a oler a tilos.
Ese aroma me alcanza de golpe. No lo busco, aparece. Baja desde los árboles, se queda flotando entre las veredas y, sin pedir permiso, despierta algo que estaba ahí, quieto, como dormido. No muerto. Dormido. En una siesta larga de la memoria.
El perfume de los tilos tiene esa extraña capacidad: no trae un solo recuerdo, trae muchos a la vez. El primer amor, los primeros pasos inseguros de la adolescencia, la sensación de andar por la ciudad sin miedo y sin apuro. Todo vuelve mezclado, sin orden, como si el tiempo se desarmara por un instante.
Y también aparecen otras imágenes, más cercanas. Los hijos en su infancia, esas caras felices que todavía no sabían de este aroma. Ellos no lo tenían incorporado. Para ellos, ese tiempo era el comienzo de la playa, de los juegos eternos, de los amigos que se encontraban todos los días, del verano como promesa y como fiesta.
Pienso entonces que los tilos no despiertan nostalgia. Despiertan señales. Anuncian algo. Son el aviso silencioso de que llega una época distinta, más liviana, más abierta. Que el cuerpo lo sabe antes que la cabeza. Que algo que parecía dormido puede abrir los ojos, aunque sea por un rato.
Camino y dejo que ese aroma me envuelva. Entiendo que no todo lo que queda quieto está perdido. Algunas cosas simplemente duermen, como en una siesta mansa, esperando el momento justo para despertarse. El primer amor, la adolescencia, los hijos chicos, la playa como territorio infinito: todo eso sigue ahí, esperando una señal.
Y cada diciembre, cuando Miramar empieza a oler a tilos, esa señal aparece. No me dice que vuelva atrás, sino que recuerde quién fui para entender quién soy. Me recuerda que el verano no es solo una estación, sino una forma de estar en el mundo. Y mientras sigo caminando, con ese perfume acompañándome, siento que todavía hay recuerdos vivos, veranos posibles y momentos simples que siguen teniendo sentido.



