Por Pablo Menéndez.- Hace tiempo que vengo observando algo. Creo que no soy el único. Es un tema que aparece una y otra vez, casi sin que nos demos cuenta, y que merece, al menos, una pausa para pensarlo.
Las palabras que traigo hoy no son mías. Son de un amigo. Un gran, queridísimo amigo que ya no está en este plano, pero que sigue estando, como están los que dejan huella: en el recuerdo permanente. Rafa decía una frase que escuché durante toda la vida y que, hace veinte o treinta años, ya sonaba fuerte: “No sé lo que quiero, pero lo quiero ya”.
En aquel momento podía parecer una ironía, una ocurrencia. Hoy, en cambio, esa frase parece describir con una claridad inquietante a buena parte de nuestra sociedad. Y también —por qué no— a nosotros mismos.
Vivimos en una lógica donde todo tiene que ser inmediato. Todo ya. Todo ahora. Lo veo incluso desde mi lugar, desde el oficio de informar. Compartimos el pronóstico del tiempo de hoy y enseguida aparece la pregunta: “¿Y cómo va a estar el 31?”, cuando todavía faltan quince días. Estamos siempre mirando más hacia adelante, corriendo detrás de lo que viene, mientras el presente —el único tiempo real— se nos escurre.
En medio de estas reflexiones, me vuelve una idea que leí hace muchos años en El Proceso, de Franz Kafka. Parafraseándolo, él decía que muchos de los errores humanos son irreversibles porque adelantamos los procesos. Y si uno revisa su propia historia, sus decisiones, sus tropiezos, descubre que muchas veces el error no fue el qué, sino el cuándo. Nos apuramos. No dejamos que las cosas maduren.
Ortega y Gasset hablaba de ensimismarnos, de volver hacia adentro. Tal vez si lo hiciéramos más seguido, encontraríamos respuestas incómodas pero necesarias. Porque hoy todo va tan deprisa que casi no miramos lo que nos pasa por dentro. Miramos pantallas, titulares, promesas. Pero no siempre nos miramos.
En este contexto aparecen también las soluciones mágicas. Las recetas infalibles. Las fórmulas supuestamente comprobadas que prometen resolverlo todo en un abrir y cerrar de ojos. Y caemos. Todos, en mayor o menor medida. Porque queremos creer que los problemas complejos tienen soluciones simples, rápidas, inmediatas.
A eso se suma la hiperinformación. La sobreinformación. Estamos saturados de datos, noticias, versiones. Y por el apuro, por la ansiedad de llegar primero, muchas veces nos comemos las curvas. Creemos mentiras, reproducimos bulos, compartimos lo que hoy llaman fake news. No por falta de inteligencia, sino por falta de tiempo. Tiempo para leer entre líneas, para dudar, para contrastar. Hoy se leen los textos de manera literal. Ya casi no se mira más allá.
Y entonces volvemos al punto de partida. A la frase de Rafa. No sé lo que quiero, pero lo quiero ya. Una frase que nació como comentario, como ironía, y que hoy funciona como un espejo incómodo de esta época.
Tal vez, más que nunca, necesitemos frenar un poco. Ensimismarnos. Aceptar que no todo es inmediato, que no todo se resuelve ya, que algunos procesos requieren tiempo, silencio y paciencia. No es retroceder. Es, quizás, avanzar de otra manera.
Porque si algo nos está faltando en este tiempo acelerado, no es información. Es reflexión.



