Por Pablo Menéndez.- El primer día del año siempre trae consigo una cuota de fantasía. La idea —necesaria, humana— de que algo puede empezar mejor. De que cerrar una etapa habilita, al menos, la posibilidad de otra.
Con los años uno aprende que ese pasaje no es inmediato. Que no siempre alcanza con cambiar la fecha del calendario. A veces el comienzo tarda, se estira, necesita más tiempo del que quisiéramos. Y también aprendemos que no todos atravesamos estas fiestas de la misma manera.
En la infancia, el 31 de diciembre se vive entre mesas largas, familias completas, padres jóvenes, abuelos presentes y primos que crecen al lado nuestro. No siempre entendíamos qué se celebraba, pero sabíamos que era un día distinto.
Más adelante, en la adolescencia y parte de la adultez, el centro se corre: los amigos, las amigas, los primeros amores, las salidas, la música, la noche. Y ese rito que muchos repetimos alguna vez: ver el primer amanecer del año. Una imagen que queda grabada y que vuelve, con el tiempo, transformada.
Hoy, para muchos, el amanecer tiene otro significado. Tal vez porque las noches son más calmas, porque el cuerpo pide otro ritmo, o simplemente porque mirar el día nacer se convierte en una forma íntima de empezar.
Pero también están los quiebres. Las pérdidas que se vuelven más visibles en estas fechas. Las ausencias, las separaciones, las familias que ya no son como antes. Y todo eso pesa, sobre todo cuando el calendario insiste en hablar de celebración.
En la caminata de hoy por la peatonal de la ciudad de Miramar, quise detenerme especialmente en uienes atraviesan este inicio de año en soledad. Algunos por elección, porque están en un momento de introspección, porque aprendieron a estar consigo mismos sin que eso duela.
Pero también en quienes no lo eligieron. Quienes no tienen a sus hijos cerca. Quienes han perdido vínculos, afectos, presencias. Quienes sienten que el primero de enero llega sin abrazos alrededor.
A ellos va este mensaje. Para decirles que no están solos en lo que sienten. Que somos muchos los que entendemos ese silencio. Y que, aun desde lugares distintos, hay una trama invisible que nos une.
Tal vez el comienzo no sea inmediato. Tal vez no sea perfecto. Pero sigue existiendo la posibilidad.
Y a veces, eso alcanza para dar el primer paso.



