Emeric Essex Vidal (1791-1861) llegó al Rio de la Plata en 1816 y permaneció aquí dos años. Durante su estadía, este inglés aficionado a las acuarelas se dedicó a pintar las primeras escenas conocidas sobre la vida cotidiana de la antigua Buenos Aires y la campaña pampeana, que publicó en Londres en 1820 en forma de libro, acompañando las imágenes con textos informativos de fácil lectura. El siguiente es uno de ellos, y el autor lo utilizó para acompañar la obra que tituló “Viajeros en una pulpería”. Imagen y texto (que presento fragmentado por razones de espacio) muestran la manera en que los europeos veían a la pampa y a su gente en tiempos de la independencia:
“Este grabado representa una pulpería distante unas cinco leguas de Buenos Aires, hacia el sudoeste. Antes de llegar a este sitio se pasan los límites de los terrenos cultivados, y, en toda la extensión que abarca la vista, no puede verse otra cosa que la inmensa llanura. Las pulperías son unas chozas de lo más miserables y sucias, donde puede comprarse un poco de caña o sea un derivado de la caña de azúcar, cigarros, sal, cebollas tal vez, y pan de la ciudad, pero más al interior, este último artículo no puede conseguirse, de manera que el viajero, si no lleva pan con él, debe alimentarse, como la gente de campo con carne solamente.
Estas chozas tienen dos compartimentos, uno que sirve de negocio y el otro para vivienda. Generalmente están construidas sobre un terreno alto y tienen un trozo de género de color colgado de una caña a modo de aviso. También hacen las veces de casas de postas y tienen unas docenas de caballos pastando al fondo, cerca de la casa. Cuando llega un viajero, deja allí su caballo; el pulpero, con un lazo, sale en su caballejo, que siempre está dispuesto tras la vivienda, hasta el pantano donde pasta la tropilla y enlazando a uno, lo trae, coloca la montura y, sea manso o bravo, allá va el viajero al galope, hasta la próxima posta, cuatro o cinco leguas más lejos.
Aquí tenemos ocasión de observar el carácter indolente de los criollos. Los huesos que se ven en primer término es lo que queda de algún caballo extenuado, que ha caído ante la puerta de la pulpería. Ahí ha muerto y su cuerpo se ha podrido ante la misma nariz del pulpero, sin que éste haya hecho nada […].
Los hombres de campo, representados en el adjunto dibujo, están tomados de sus viajes de ida y vuelta a la campiña o campo, como ellos lo llaman, cuando se refieren a la llanura inculta. El que está a la izquierda ha enrollado el lazo al cuello de su caballo, para comodidad de transporte; sus boleadoras y cuchillo están en el cinto, su poncho en el lomo del caballo y entre él y la montura lleva una provisión de carne cruda para el viaje, parte de la cual sobresale por debajo de la grupera. Puede imaginarse que en los meses de calor, después de un día de marcha fatigosa, esta carne debe necesitar muy poco para cocinarse. Por sucia que nos parezca esta costumbre, es general entre los gauchos (campesinos) de estas provincias. […].
Las pulperías son los puntos de reunión de las gentes de campo, que no dan valor alguno al dinero y lo gastan solamente en bebidas y en juego. Es costumbre entre ellos invitar a todos los que se hayan presentes a que beban con ellos; se hacen servir una jarra llena de caña (porque no les agrada el vino), la cual va pasando de mano en mano. Mientras les queda un penique en el bolsillo repiten esta ceremonia y consideran como una afrenta que cualquiera rehúse la invitación. En cada pulpería hay siempre un guitarra y cualquiera que la toque es invitado a costa de todos los presentes. Estos músicos nunca cantan más que yaravís, canciones peruanas que son las más monótonas y tristes del mundo. La música es lamentosa y la letra versa siempre sobre el amor frustrado y los amantes que lloran sus penas en el desierto […].
*Museo de la Vida Rural de General Alvarado
“Viajeros en una pulpería” (acuarela de Emeric Essex Vidal, 1820).