Miramar se iluminaba con las últimas luces del atardecer. Sofía se dejó caer en el banco de cemento, sintiendo la brisa tibia en la piel. A sus espaldas, la ciudad despertaba con luces vibrantes, pero ella solo quería escuchar el murmullo del mar.
Había llegado sola, buscando respuestas que parecían disolverse como la espuma de las olas. Cerró los ojos y dejó que la nostalgia la envolviera. Recordó aquellas noches de verano, cuando sus risas se perdían entre las caracolas y su corazón latía al compás de otro. Pero el tiempo había pasado y, ahora, su reflejo en el agua le devolvía la mirada de alguien que había aprendido a caminar sin mirar atrás.
El cartel de Miramar resplandecía frente a ella. Se preguntó cuántas historias habrían comenzado o terminado en aquel rincón del mundo. Sonrió. Quizás la suya aún estaba escribiéndose.
Se puso de pie, sintiendo una certeza nueva en el pecho. El mar seguiría allí mañana, pero ella, por primera vez en mucho tiempo, sintió ganas de seguir adelante.
