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La culpa no siempre es del otro: asumir responsabilidades para cambiar


La culpa no siempre es del otro: asumir responsabilidades para cambiar

Por Pablo Menéndez.- En nuestra sociedad, y especialmente en la política, es común ver cómo la culpa siempre parece recaer en otro. Nadie se hace cargo de los problemas, y cuando las consecuencias de una mala gestión o decisión se hacen evidentes, el recurso más utilizado es la justificación o la transferencia de responsabilidad. “Fue culpa del gobierno anterior”, “el problema viene de antes”, “esto no se puede cambiar en un día”. Frases como estas son moneda corriente en el discurso público, pero también en nuestra vida cotidiana. ¿Por qué nos cuesta tanto asumir nuestras responsabilidades?

La cultura de la justificación

En todos los ámbitos, desde la política hasta la vida personal, solemos buscar razones externas que expliquen los problemas antes de mirarnos al espejo. En la política, esto es evidente: cuando un nuevo gobierno asume, es frecuente que responsabilice a su predecesor de los males que enfrenta, incluso años después de haber tomado el poder. Este mecanismo no solo exime de culpa a los actuales dirigentes, sino que además diluye la posibilidad de un verdadero cambio.

Lo mismo sucede en nuestra vida diaria. En el trabajo, cuando algo sale mal, es fácil señalar a un compañero, a la falta de recursos o al jefe. En la educación, muchas veces responsabilizamos a los docentes, a las instituciones o a los métodos de enseñanza, sin considerar el rol que tienen los propios estudiantes y familias en el proceso de aprendizaje. En la convivencia social, justificamos la inseguridad, la corrupción o el desorden con frases como “así somos los argentinos”, sin asumir nuestra cuota de responsabilidad en cambiar las cosas.

¿Por qué nos cuesta asumir nuestra parte?

Uno de los motivos principales es que aceptar la responsabilidad implica esfuerzo, cambios y, muchas veces, incomodidad. Es más fácil culpar a los demás que reconocer que tal vez no hemos hecho lo suficiente o que podríamos haber tomado mejores decisiones. También está el miedo a ser juzgados o a perder poder y credibilidad si admitimos errores.

La falta de análisis crítico también juega un papel fundamental. Como sociedad, nos cuesta desmenuzar las situaciones y detectar qué responsabilidades corresponden a cada parte. Nos dejamos llevar por discursos simplistas que reducen la realidad a “buenos” y “malos”, sin considerar los matices ni las causas profundas de los problemas. Muchas veces, solo reaccionamos cuando la realidad nos explota en la cara, cuando el problema ya es insostenible y no se puede ocultar más.

¿Cómo cambiamos esta dinámica?

  1. Fomentar la autocrítica: Necesitamos desarrollar una cultura de la responsabilidad, en la que se valore la capacidad de reconocer errores y corregirlos en lugar de castigarlos.
  2. Dejar de lado el pasado como excusa: Si bien es importante entender la historia, usarla constantemente como justificativo para no actuar en el presente solo perpetúa los problemas.
  3. Exigir rendición de cuentas: En política y en cualquier ámbito, la sociedad debe aprender a pedir explicaciones y a no conformarse con discursos vacíos que solo buscan eludir responsabilidades.
  4. Ser protagonistas del cambio: No basta con señalar lo que está mal, hay que comprometerse con soluciones, desde lo individual hasta lo colectivo.

El cambio comienza cuando dejamos de buscar culpables y empezamos a asumir nuestras propias responsabilidades. Solo así podremos construir una sociedad más justa, transparente y comprometida con un futuro mejor.

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