El brutal asalto que sufrió Don Omar Garros, un vecino de 90 años, vuelve a poner sobre la mesa un tema urgente: la seguridad en nuestro distrito. Pero esta vez, más allá del dolor y la indignación, necesitamos asumir algo claro: la inseguridad no puede seguir siendo usada para ver quién saca más rédito político.
Lo que pasó con Omar y su hijo Daniel no es un hecho aislado. Es parte de un hilo conductor que todos vemos, pero que pocos reconocen con la seriedad que merece. Hace poco más de un año, Mary, otra vecina muy querida del mismo barrio, fue atacada bajo un modus operandi similar: de madrugada, irrumpieron en su casa tres jóvenes y la golpearon salvajemente.
Ese sábado, cuando me avisaron lo de Mary, fui a su casa —vive apenas a dos cuadras de la mía— y hablé con ella y con su hijo. Hoy me toca escuchar lo mismo: dolor, miedo, impotencia.
Lo de Omar ocurrió también de madrugada. Según declaró una de sus hijas, piden que la causa se caratule como “tentativa de homicidio”. Relató que “mi padre estaba durmiendo y de pronto se encontró con un delincuente que lo agarra del cuello”. También confirmó que “a mi hermano Daniel lo maniataron y lo agredieron físicamente”, y que los ladrones sustrajeron ahorros y pertenencias de valor.
Todo en la misma zona.
Todo cerca del hospital.
Todo muy cerca del centro.
Y, sobre todo, todo con la misma lógica delictiva.
En el caso de Omar, para este cronista quizás los delincuentes no sabían que en la vivienda también estaba Daniel. Ese detalle, lejos de frenar la violencia, probablemente aumentó los nervios y la brutalidad del ataque. Pero más allá de las hipótesis, será la DDI quien deberá investigar si se trata de los mismos autores: subirse hasta un balcón requiere logística, conocimiento del lugar y una zona que, por momentos, parece demasiado liberada.
Pero esta editorial no es para buscar culpables políticos ni abrir grietas nuevas. Lo contrario:
es un llamado urgente a la responsabilidad y al compromiso colectivo.
La seguridad de Miramar no es un hashtag, no es una bandera partidaria y no es un escenario para medir quién grita más fuerte. Necesitamos mesas de trabajo reales, canales de comunicación abiertos entre todos los sectores políticos, sociales y vecinales, y un enfoque común: cuidar la ciudad entre todos.
Porque hoy fue Omar. Hace un año fue Mary. Y mañana, si no reaccionamos como comunidad, puede ser cualquiera de nosotros.
Miramar merece un debate serio, maduro y sin especulación. Merece vecinos atentos, autoridades coordinadas y una dirigencia que no piense en sacar ventaja cada vez que la violencia golpea una puerta.
Merece, sobre todo, volver a sentirse segura.


