Con los tradicionales dedos en V, Antonio Cafiero enfrentó a los fotógrafos delante de la urna. En todas ellas, a lo largo de la extensa provincia de Buenos Aires, la mayoría de sus componentes fueron votos con su nombre. En binomio con Luis Macaya, logró el 46% de los sufragios, superando por 7 puntos a la fórmula oficialista, integrada por Juan Manuel Casella y Osvaldo Pozzio. El veterano dirigente justicialista supuso que aquel éxito era el pasaporte a su postergado anhelo de ser Presidente. La opinión generalizada era similiar, sin embargo, pocos meses después perdería la interna ante Carlos Saúl Menem, archivando para siempre su sueño de sentarse en el sillón de Rivadavia.
Los guarismos generales no dejaban lugar a ninguna duda: la sociedad se había expresado en las urnas, restándole apoyo al gobierno radical, que ya iba por su cuarto año en el poder. La inflación y el fracaso del plan primavera (sumado a cierta disconformidad por lo ocurrido en Semana Santa con el alzamiento carapintada), fueron los elementos que inclinaron la balanza en su contra, sobre todo en la clase media, que había sido el pilar del triunfo, allá por el ´83. El justicialismo supo aprovechar ese descontento popular y se quedó con una amplia victoria sumando toda la geografía nacional.
La lista radical para la renovación de autoridades en Capital Federal, una de las pocas que se salvaron del “naufragio”, ya que sólo aquí, en Córdoba y Río Negro, pudo ganar el oficialismo. Cierta falta de figuras para la renovación se observan en dos hechos concretos: la aparición de Francisco Manrique (veterano dirigente del Partido Federal), en el 3° lugar para diputado y el logo dominante en el centro, con las iniciales de la República Argentina, pero que también eran las del Presidente Raúl Alfonsín, que exitosamente fuera utilizado cuatro años antes, gracias al ingenio del publicisita David Ratto. Nada de aquello se repitió.