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Cuento corto: ¿Dónde está Lucio? *Por Pablo Menéndez


Cuento corto: ¿Dónde está Lucio? *Por Pablo Menéndez

Lucio, esa mañana, se levantó pensando en su viaje, que hacía tanto tiempo que venía programando. El destino era una hermosa ciudad colonial tranquila, con calles empedradas y un mar que invitaba a nadar.

Se subió al tren y junto a él se sentó una joven casi de su misma edad. Fue en ese momento qué pensó: “¡qué suerte que hoy tengo”! Siempre que viajaba, alucinaba que alguna vez se podía sentar alguien de su edad o cercano a la suya. Esta vez se cumplió su deseo.

Ya con el traqueteo del tren y saliendo de su ciudad, a sabiendas de que era un viaje largo, se animó a decirle: “soy Lucio, encantado”. Ella le respondió: “mi nombre es Lucila, mucho gusto”. Desde ahí él quedó en silencio, imaginando qué le podría decir, cómo iniciar una conversación; hasta que se le ocurrió decirle el destino donde él iba. Ella se rió, dijo: “voy al mismo lugar“. Lucio por dentro sintió una adrenalina diferente y a la vez pensó: “¡qué buen viaje que va a ser este!”.

Mientras se sentía el traqueteo de los rieles de ese hermoso tren, Lucio la invita al comedor a tomar algo, Lucila acepta gustosa. En ese vagón, da comienzo una agradable charla sobre los gustos de cada uno, y el porqué de este viaje a esa ciudad tranquila donde la vida nocturna era casi nula, y el atractivo era su historia, y, fundamentalmente, el hermoso mar que bañaba a esta linda ciudad. Lucila le dijo que puso un dedo en el mapa y cayó justo ahí, agregó: “quería salir, luego de todo esto que he vivido; buscaba un lugar donde podía estar tranquila, en paz. Y fue este lugar donde me indicó mi índice cuando lo puse sobre el mapa”.

En cambio, Lucio, le dijo: “yo vengo hace tiempo pensando en viajar a Palma Nova”. Y profundizó “¿sabías que Palma Nova es una ciudad donde su alcalde era un padre de Iglesia? Ante esto ella se sorprendió y le dijo “no sabía de esa historia”. Lo que acá parecía una charla de dos jóvenes con alguna ilusión de conocer ese hermoso lugar con ese mar transparente en las costas del Mediterráneo, con su arena fina y blanca, sus calles empedradas que invitan a perderse para admirar esas casas blancas con los techos bien colorados, y que tienen esa la característica de estar como escalonadas debido al suelo irregular del lugar. Sin embargo, en un instante, todo cambió.

Cuando llegaron al lugar, Lucila, como un viento que rota fuertemente del norte a sur, cambió su carácter. Esa dulce voz que escuchó casi todo el viaje, mutó a una voz más grave y con ese tono, empezaba a cuestionarle a Lucio, que recién conocía, su estilo de vida. Ante esto, él no entendía nada, cómo esa joven con esos rulos y esos ojos color caramelo, estaba a punto de sacarlo de quicio;  se quería controlar, pero ella le cuestionaba su forma de vestir. Ella agregó,: “das la apariencia de una persona mayor aún más que los mismos mayores”, mientras lanzaba una carcajada. Él miraba su chomba y su bermuda. Lucila, no conforme, siguió diciéndole “me imagino hasta que usas slip, y que si llegaras a fumar utilizarías ese tabaco negro con gusto amargo.”

Con ese cuadro de situación,  Lucio, ya estaba desenfocado, no quería faltarle el respeto, pero había algo interior que le empezaba a generar enojo. En un momento le dijo:  “¿quién sos vos para cuestionarme?”. Para esto, él no entendía el por qué seguía caminando con ella, por esa hermosa rambla, con esas baldosas negras y blancas que hacen una especie de tablero de ajedrez. ¿Por qué sigo?, pensaba Lucio, al lado de esta mujer, sí me está agrediendo en mi forma de ser.

En un momento, Lucio le dice “basta, vos también tenés defectos y no por eso yo te digo algo”. “Hace veinticuatro horas que nos conocemos ¿quién sos vos, para decirme en mi forma de vestir, de caminar, y si uso o no un tipo de calzoncillos?”. Lucila se echó a reír, lo miro solamente, le dijo “y creo que vos lo único que sabes hacer es la pose del misionero” y ahí Lucio le respondió: ¿Qué sabes vos, qué pose me gusta o no? y jamás lo sabrás”.

Para esto ya estaban en esa hermosa playa con unas cómodas tumbonas, sombrillas de paja y aún él no había ido a su hostel. Lucio, ya cansado de escuchar, cómo Lucila se reía y, a la vez, lo molestaba con sus palabras. Él decide irse al hostel, vaya sorpresa cuando llega al lugar, y la conserje le dice “la habitación la tiene que compartir”. Lucio, la mira sorprendido, y responde “yo pedí una habitación privada”. La mujer se excusa diciendo “sí, pero superó la cantidad de pasajeros, y la política de este hostel es que cuando está colmado se compartan las habitaciones”.

Abriendo los brazos, con una impotente tanto en su mirada, como en su voz. Lucio dice, “pero, ¿quién es la otra persona?”!. La conserje mira hacia la puerta y le dice: “ahí está llegando”, ya que ella se había adelantado a tomar una habitación, cual sorpresa, que era Lucila.

Él se puso a llorar, se quedó atónito, no podía creer lo que le estaba pasando. Tenía la habitación, una semana reservada y debía estar junto a esta persona que, en menos de veinticuatro horas, le había cuestionado toda su forma de ser.

Lucio agarró sus cosas, miró al conserje y a Lucila, y dijo “prefiero perderme en estas calles empedradas antes de soportar una semana junto a ella”. Cerró la puerta, tomó su maleta carro: se sintieron las ruedas cómo iban perdiéndose en esos caminos. Y desde ese día fue tan grande la pérdida de Lucio que nunca nadie más supo de él. Aún hoy, todos se preguntan ¿Dónde está Lucio?

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