Esta historia se inicia en los años cuando el amor es algo mágico, y roza lo utopíco, que con solo sentirlo todo se puede. Son en esos tiempos donde las risas, los llantos, los corazones laten a mil, y más aún cuando ves llegar esos ojos que tanto soñaste.
Sin embargo -también- es el momento de que los que te dicen “sos joven, tenes que crecer, lo que sentis no es amor, cuando lo vivas de verdad ahí sabrás de que te habló”. Y uno, transitando en esa edad donde la credulidad, está presente cada día, termina pensando y sintiendo que es así, que en esos años no se puede sentir amor, sólo es un metejón.
Hasta que un día te das cuenta que no es tan así. Que cuando miras hacia atrás, sentís que eso fue amor, que las palpitaciones de ese entonces, son un recuerdo que nunca se va, que esa ebullición no la volviste a encontrar.
El amor no tiene edad, es una frase trillada, y si es así porque nos empecinamos a creer que ese primer amor, no es tan así, porque nos volvemos vulnerables a que hay que vivir más para saberlo, si cuando lo sabes ya es tarde, no siempre es literal que el primer amor es el comienzo de muchos, no es cierto, a veces en ese solo que uno siente con intensidad.
El tiempo es el mejor remedio para todo lo que concierne al amor, el olvido es la caja mágica que buscamos intensamente, y cuando la encontramos, guardamos todo lo que uno vive. Hasta que un día la destapamos, y seguimos esperando nacer, para darnos una nueva oportunidad, a veces lo más difícil no es dejar ir, sino a empezar de nuevo, y en esa lucha desigual entre pasados idealizados, amores idos, y este presente que espera que alguna vez -solo una vez más- esa sensación olvidada, nos atraviese como un rayo, para volver a hacernos sentir que estamos vivos.
“..tengo el alma en un desierto, todo el mundo puede ser un camino para crecer. Todo el mundo dice que mi amor es en vano, y que llevo siglos esperando nacer, esperando nacer…” David Lebon