El viento susurraba suavemente mientras la oscuridad de la noche se desvanecía. Sobre la superficie del mar, el horizonte comenzaba a pintarse de tonos naranjas y rosados, anunciando la llegada del amanecer. Sofía, sentada en una roca, observaba el espectáculo natural con una calma que solo el silencio del alba podía ofrecer.
Había llegado a este rincón del mundo en busca de respuestas. La vida, con sus giros inesperados y sus tormentas, la había arrastrado lejos de lo que una vez consideró su hogar. Y ahora, frente al inmenso océano, se sentía pequeña, pero también en paz, como si el mar le hablara en su propio idioma. Las olas acariciaban la orilla con una cadencia suave, como un latido constante.
El primer rayo de sol tocó el agua, y el mar se encendió de luz. Era como si todo el mundo despertara en ese instante. Sofía cerró los ojos y dejó que el calor del sol nuevo la envolviera. Recordó lo que había perdido, pero también todo lo que había ganado. La vida no siempre era fácil, pero el amanecer le recordaba que, después de cada noche, siempre hay un nuevo comienzo.
Respiró profundo, sintiendo el aire salado llenar sus pulmones. No sabía qué le esperaba más allá del horizonte, pero por primera vez en mucho tiempo, no sentía miedo. El mar le había dado una respuesta sencilla pero poderosa: sigue adelante, cada día es una nueva oportunidad.
Con el sol elevándose sobre el cielo, Sofía se levantó y, con una última mirada al océano, comenzó su camino de regreso, dejando que el amanecer guiara sus pasos.
