En marzo de 1984, Diego partió de su pueblo con el corazón roto y una maleta cargada de sueños inciertos. Mercedes, su primer amor, le había dado un adiós tan inesperado como doloroso. Su pequeña ciudad, con sus calles polvorientas y tardes tranquilas, ya no era un lugar en el que pudiera quedarse. Necesitaba empezar de nuevo.
El destino lo llevó a España, primero a Madrid, luego a Barcelona, y finalmente, a Palmanova, una pequeña localidad de Mallorca bañada por el mar. Allí, Diego encontró un trabajo humilde descargando barcos y reparando cosas aquí y allá. Con los años, y gracias a su dedicación, logró abrir su propia ferretería: Herramientas del Sur.
La vida en Palmanova era tranquila, pero solitaria, hasta que un día, en el mercado local, conoció a Sofía. Ella era una mujer fuerte y alegre, con un pasado tan complejo como el suyo. Al principio fueron solo conversaciones cortas entre risas tímidas, pero con el tiempo, Sofía se convirtió en su compañera. Juntos, crearon una vida llena de pequeños momentos felices, como paseos al atardecer junto al mar y cenas rodeados de amigos.
Cuarenta años después, en 2024, Diego decidió que era momento de volver a su pueblo natal. La idea lo había rondado por meses: ver qué había sido de aquel lugar que dejó atrás siendo tan joven. Sofía lo animó a hacerlo, aunque ella no lo acompañaría; le dijo que ese viaje era algo que debía hacer solo, un último reencuentro con su pasado.
Cuando llegó, el pueblo parecía atrapado en el tiempo. Las calles eran las mismas, aunque más transitadas; las casas, ahora algo más coloridas, aún guardaban la esencia de su infancia. Caminó lentamente, reconociendo cada rincón: la plaza, el colegio, la iglesia donde sus padres lo llevaban los domingos.
Pasó por su antigua casa y luego, casi sin darse cuenta, llegó al bar de siempre, “El Encuentro”. Las puertas estaban abiertas, y dentro se escuchaban risas y conversaciones. Decidió entrar.
Mientras pedía un café, alguien lo llamó por su nombre. Era un amigo de la infancia que lo reconoció al instante, y pronto se encontró rodeado de caras familiares que lo acogieron como si el tiempo no hubiera pasado. Pero lo más sorprendente fue la noticia que le dieron: Mercedes, su viejo amor, también seguía en el pueblo.
Por la tarde, mientras paseaba por la plaza, la vio. Estaba sentada en un banco, con el cabello blanco recogido y un libro en las manos. Aunque los años habían dejado su marca, su sonrisa seguía siendo la misma. Diego no dudó en acercarse.
—Hola, Mechi
Ella levantó la vista y lo reconoció al instante. Su sonrisa se ensanchó, y en ese momento, Diego supo que todo había valido la pena: las despedidas, los comienzos, y las vueltas del destino. Aunque su corazón ya pertenecía a otro lugar, ese reencuentro fue como cerrar un capítulo que había quedado abierto por demasiados años.
Diego regresó a Palmanova días después, pero lo hizo en paz. Su vida allí, con Sofía y su ferretería, ahora se sentía más completa que nunca. Porque a veces, volver al lugar donde comenzó todo es la única forma de seguir adelante.